La luna se alzaba radiante en la alta colina de la oscuridad nocturna y yo
no podía dormir, era imposible dejar de mirarla. A lo lejos, se intuían sonidos
pasajeros. El canto del búho, el aullido del lobo y el quiquiriqueo de aquel
gallo que siempre se despertaba mucho antes que el sol, provocando mis desvelos
por momentos.
Había estado nevando y, desde la soledad de mi ventana, observaba aquel
blanco espectáculo natural. El olor del invierno era especial, rezumaba nubes congeladas.
Pero justo cuando creemos que la armonía nos invade, siempre ocurre algo que
rompe la perfección.
Vi pasar su sombra y bajé las escaleras.
No sabía qué era o si era alguien. Todo había sucedido demasiado rápido.
Tenía que ser valiente, aunque he de reconocer que me temblaban las piernas,
pero la curiosidad me empujaba y me convertí en autómata.
Nunca había visto nada igual. Una pequeña sombra voladora recorriendo el
porche de mi casa a la velocidad del rayo. Escalofríos y golpes de calor me sacudían
al mismo tiempo, casi rítmicamente.
Abrí la puerta y ahí estaba él. Su sonrisa burlona iluminaba su cara y sus
profundos ojos azules me miraban fijamente, como si estuviera tratando de
hipnotizarme o de colonizar mis pensamientos. Su cabello era oscuro, a juego
con su ropa, y su piel era más pálida que el blanco de mis ojos.
El desconocido quería entrar, pero algo se lo impedía. Era como si una
puerta invisible se hubiera instalado en el umbral de mi hogar.
No podía hablar y él deslizó su mano hasta la mía y, mientras la besaba a la
antigua usanza, algo me obligó a invitarle a entrar.
Sus colmillos se clavaron en mi yugular y no pude evitar aquel orgasmo de
pánico.
Cuando desperté, los rayos del sol aún no habían dado señales de vida. No
recordaba por qué, pero todo indicaba que me había levantado a tomar algo
caliente en mitad de la noche y me había quedado dormida en la cocina.
Últimamente, me había pasado varias veces, igual que aquella punzada en el
cuello, seguramente producto del ataque de algún insecto. Subí las escaleras y
allí estaba otra vez aquel cuervo, observándome de forma inquietante al otro
lado de la ventana. Cerré las cortinas violentamente para no sentir su
presencia y me acosté.
Me ha gustado muchísimo, romántico y terrorífico a partes iguales. La primera descripción del relato me ha traído algún que otro recuerdo melancólico... Felicidades.
ResponderEliminar¡Mil gracias!
ResponderEliminarExcelente relato, como dice el compañero romántico y terrorífico. Especialmente soberbia me ha parecido la frase: "El olor del invierno era especial, rezumaba nubes congeladas." Sigue así.
ResponderEliminarGracias, Luisa. Sí, eso me salió bastante poético. Y eso que yo no soy mucho de poesía.
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